martes, 26 de abril de 2011

Cuando fuimos los mejores

Envejecer nunca fue, es o será fácil. Partiendo de esta premisa, la nostalgia suele ser el bálsamo que masajea nuestra atormentada memoria. Memoria que, sin duda, actúa de forma selectiva con nocturnidad y alevosía. Pocas cosas causan tanto placer como el revivir una historia, un momento, una canción o un guiso. Es lo más parecido a adentrarse en la cuarta dimensión o en su defecto en el túnel del tiempo.

Sin tener ni idea de biología, imagino que el cerebro segrega algunas sustancias (serotonina?) que magnifican ese recuerdo y lo convierten en historia viva. En ese presente breve e impostor que se va a acabar esfumando como la inocencia a edad adolescente.

Sentarse junto a la ventana un día calamitoso de otoño con la lluvia impregnando las ventanas que te traslada a ese partido en tu juventud con la gente del barrio. Barro, sudor, cansancio y al final un buen vaso de vino en la tasca.

Taza, lápiz, reloj. Taza, lápiz, reloj. Taza, lápiz, reloj. Intente recordar estas palabras.

Mente en blanco. ¿De qué hablaba? ¿En qué estaba pensando?

Sensación abrumadora. ¿Quién eres? Y lo peor, ¿quién soy yo?

En un papel leo “Alzheimer”.

jueves, 21 de abril de 2011

Manías

Todos tenemos. Negarlo sería absurdo. Mi referencia en tema de manías es Jack Nicholson en “Mejor Imposible” (si no me equivoco). Él es el súmmum de los maniáticos, hay que intentar evitar llegar a su nivel.

Yo diría que mis manías son chorradas pero es de suponer que cada uno piensa de ese modo acerca de las suyas.

1.
Cada matrícula tiene cuatro números. Desde pequeño me he dedicado a separar esos números en grupos de dos y sumarlos. Ejemplo: B-7075-JL. Divido: 70 y 75 y lo sumo: 145. Es estúpido, lo sé. Y no sé de dónde me salió la costumbre (pero lo sigo haciendo), no con todas pero sí con bastantes.
Dicha práctica me ha reportado dos cosas: un notable cálculo mental y el hecho de recordar todas (o casi) las matrículas de mis allegados.

2.
No soporto llegar tarde. Y por ende, que la gente llegue tarde. Ahí sí que veo de dónde me viene la manía. Es una combinación de mis padres y de colegio inglés. Mi mujer solía ser muy impuntual pero tras varios desencuentros el tema va mejorando.

3.
Cada vez soy más partidario de sacarme los zapatos al llegar a casa (y que la gente lo haga también). Sé que es una costumbre muy nórdica y lo habitual es encontrarte los zapatos en la puerta. Eso lo hice un tiempo, dejé un par de zapatos en el rellano pero con el tiempo vi que no era factible. Sigo quitándome los zapatos al llegar a casa y suelo ir descalzo aún cuando viene gente a cenar. Sobre esta manía tengo que acabar de definirme.

4.
Ollas en el lavaplatos, no! Nunca. Hay gente que mete las ollas y las sartenes en el lavaplatos. Yo soy incapaz, me duele a la vista. Siempre se lavan a mano.

5.
Dejar la marcha puesta en el coche. Un clásico. Y que a mi mujer se le cale por eso también.

Manías y más manías. Qué sería del mundo sin las manías de cada uno?

viernes, 8 de abril de 2011

Mi colega el Ortiguillas mete unas hostias como panes

El Ortiguillas, ah…qué gran tío y que tío tan grande. Es de mi quinta y era el king del barrio. Es grande como un armario del Ikea, metía unas hostias de pan de kilo y miga de cementos Porland. Ya de pequeño zurraba al personal de lo lindo para levantarse la merienda del personal. Yo siempre tuve suerte, mi padre que era herrero le quitó un clavo incrustado en el talón de su madre, y eso (hostiándose en la caja torácica) le llegó.

El Ortiguillas dominaba el cotarro y se cepillaba a las Macus y a las Lores de mi barrio con facilidad. Nunca he sabido porque le llamaban el Ortiguillas. Tampoco nunca se lo he preguntado.

Ayer vi en la TV, que le han metido en la trena. Cobre, se ve que ha mangado metros de cobre de una obra y le han cascado varios años de condena. Le vi desmejorado, gordo y calvo. Su declive ha empezado, pensé. Manda huevos que le hayan enchironado por esto y no por las zurras que haya podido meter…

En fin, Orti que vaya bonito!