viernes, 7 de noviembre de 2014

Cassoles

Avui no diré res de nou. Ni que mai ho fes, però avui segurament serà encara més evident. Soc barceloní, i ja fa tres nits que a les 10 tinc que abaixar el volum de la televisió. M’aixeco del sofà vaig a la cuina i agafo una cassola i una cullera i au, a picar. És un so tan simple, tan bàsic que és enorme a la vegada. Jo el considero un moment vital ja que reconforta, no ets sents sol. Notes que alguna cosa passa i tu en formes part. I això, reconforta.

Sóc un gran defensor del silenci i dels deliciosos moments de solitud pactada o espontània. Jo els necessito, m’ajuden a ordenar idees, fixar prioritats i gaudir d’un bé molt preuat, el cara a cara amb un mateix.

Però nanos, el poder de la cassola és gran. I el tribunal constitucional encara no ho ha vetat però vaja no hi posaria la mà al foc.


Cassoles, culleres i sentiment de comunitat. Reconfortant.

lunes, 13 de octubre de 2014

Ser lo que se dice ser,...

Ser ese primer aroma de café,
Ser tu dulce cadena perpetua,
Ser el ying en busca del yang,
Ser ese billete de 10 en el pantalón viejo,
Ser el scalextric de una tarde aburrida,
Ser la coca-cola en un día de resaca,
Ser las palomitas del cine,
Ser los calcetines que dan color a tu negra indumentaria,
Ser la trompeta y el piano,
Ser el escalofrío de las madrugadas,
Ser el suspiro al entrar en la piscina,
Ser los pasos a seguir,
Ser lo que tenga que ser,
Estar donde tenga que estar,
Parecer lo que tenga parecer,
Y Resultar,…

lunes, 6 de octubre de 2014

La memoria de Walt

Walt es Walt, de eso no cabe duda. Vive en su mundo de cristal, agua más o menos clara y realidad circular. Tiene los ojos saltones (como no podía ser de otra manera) y un color que combina mal con casi cualquier cosa. Se mueve sin parar y parece estar contento cuando sonríe. Eso si es que un pez puede sonreír, que lo dudo.

Walt no tiene memoria o muy finita. Hay veces que dejo de respirar unos diez segundos y pienso que, en ese período breve de tiempo, Walt ha borrado al menos cinco veces su memoria. Por un momento pienso, cómo sería vivir sin memoria pero tal planteamiento me asusta y dimito.

Me planto delante de la pecera de Walt y empiezo a hacer aquello que todo el mundo ha hecho al menos una vez estando delante de un pez, juntar las comisuras de los labios y empezar a imitar el movimiento de un pez. Patético, lo sé pero es domingo y fuera está lloviendo (ah, y ya puestos hago lo que me da la gana).

A menudo creo la memoria es esa proyección idílica que tenemos de uno mismo o de una situación en concreto. También creo que nos engaña constantemente y frecuentemente con nocturnidad y alevosía, dibujando cielos más azules, aguas más cristalinas y sabores más intensos (y por qué no decirlo, chicas más guapas). Tendemos a idealizar.
Pese a ser mentirosa, tendenciosa y manipuladora, la memoria es probablemente lo que le da sentido a la vida y una de esas cosas por las cuales vivimos.

¿Dónde habré dejado la comida de Walt?

martes, 30 de septiembre de 2014

Y se fue

Y se fue para no volver o eso dijo. Y se fue como tantas cosas se van. Y se fue buscando un algo mejor. Y se fue sin importar el qué dirán. Y se fue sin pensar más allá de la cena de hoy. Y se fue sin pretender retar al futuro aunque sí al presente. Y se fue porqué sí. Y se fue con un ramo marchito bajo el brazo. Y se fue en un tren como tantos otros. Y se fue sin esperar al cambio de hora. Y se fue respetando la amargura inherente de los otros. Y se fue mascando chicle previa digestión de la tragedia. Y se fue sin la pena de Chanquete. Y se fue saludando al respetable pero en silencio. Y se fue con la vista cansada pero sin las gafas de cerca. Y se fue peine en mano pero con poco que peinar. Y se fue porque tocaba. Y se fue con el periódico de ayer y el olvido del mañana. Y se fue con un calcetín de cada color. Y se fue con un boli BIC en el bolsillo. Y se fue sin el estruendo de otros pero con la admiración de muchos. Y se fue porque no podía ser de otra manera. Y se fue bebiendo el alegre trago de la feina ben feta. Y se fue vistiendo al pasado. Y se fue guiñando un ojo o los dos. Y se fue sin batería y fuera de cobertura. Y se fue sin plusvalías ni cotizaciones. Y se fue con algún recorte que otro. Y se fue pese a todo.

miércoles, 16 de julio de 2014

Riesgos de la Gonorrea

Markus lee. Lee sin parar. Le encanta. Se puede pasar horas y horas en el discreto sofá de su habitación devorando páginas. Pocas cosas le distraen de su cometido. Tan sólo Bobby, su perro es capaz de hacerlo. Le disgusta enormemente ese nombre (Bobby) para su mascota. Encuentra que es cursi (y lo es) y que, en todo caso, debería ser sólo para niños americanos con la visera de la gorra hacia atrás y amantes del béisbol. Asume que es un topicazo yanqui y que ya sólo faltaría meter el perrito caliente a la ecuación y el misterio de los patos y ya tendríamos a un Soprano en potencia. A lo que iba, el tema es que él hubiera preferido llamar a su mascota algo así como Tifus o Difteria o Gonorrea. Es infantil, no. Si acaso es humor adolescente. Y es que, él no se esconde. Sabe que se ha quedado en los años dorados. No ha querido pasar de ahí. Conciertos, farras con todas las letras y resacas con todos los signos de exclamación conforman su once inicial así como ya sabéis, las largas tardes de lectura.

Trató, en su día, de llamarle Tifus pero Bobby no le seguía. Alternó unos días con Difteria pero el resultado fue parecido (es decir, nulo). Su última tabla de salvación fue probar con Gonorrea hasta que una mujer se giró en el parque y empezó a entablar conversación con él, lo cual le aterró. Y le salió un instintivo “Bobby” ven aquí, a lo que el can respondió al instante. Puto perro pensó pero admitió que le había salvado de una Gonorrea más que probable.

Y así fue como Bobby fue Bobby y no hay más que decir.

lunes, 7 de julio de 2014

Historias del pasado (más reciente)

“No pretendo convencerte, ni mucho menos sentar cátedra, eso no me interesa”

Eso decía él a menudo, pero creo que pretendía todo lo contrario a lo que sus pomposas palabras sugerían. Buscaba ser convincente (aunque desfalleciera en su intento), se sentaba en su sillón mullido a impartir algo muy parecido a un dogma (nunca adiviné de qué tipo) y yo sin duda, le interesaba.

Pasaron los años, las canas se hicieron dueñas del tablero, las cejas acentuaron su carácter aunque varias de las tropas se sublevaron y buscaron reivindicar una individualidad (la suya o cabría llamarlo soberanismo?) y las pequeñas manchas marrones de la piel dictaron sentencia, activando la cuenta atrás.

Él lo sabía y yo también.

Su prodigiosa memoria empezó a flaquear, así como su capacidad para asumirlo. Su verborrea y discurso ágil se fueron desdibujando en, lo que un periodista deportivo bien podría llamar, la zona mixta a caballo entre el campo de batalla y el oscuro retiro del guerrero bajo el frío chorro de agua de un campo de tercera división.

Hombre de notable intelectualidad pero incapaz de afrontar el cambio de cromos y la lógica pérdida de protagonismo en la familia a la hora de tomar decisiones. Renunció a la presidencia de la mesa de los domingos y a cortar el pavo el día de Navidad consciente del carácter honorífico y no ejecutivo de tales distinciones.

Se negó a tocar la campana que había en su mesita de noche. No lo hacía bajo ningún concepto. Bueno, hasta hace unos pocos días.

Acudí, no con poco miedo dada la excepcionalidad del asunto.

“No pretendo convencerte, ni mucho menos sentar cátedra pero me muero”

Y me convenció.

martes, 6 de mayo de 2014

Ring

La imagen es clara y diáfana. Estoy en la orilla de un lago. Ni grande ni pequeño. El día está despejado pero llevo gabardina y un paraguas grande (de esos de lord inglés). Hay un banco cerca de mí de color verde y de madera desgastada. Se podría decir que tuvo un pasado glorioso pero de un tiempo a esta parte no es que haya caído en el olvido pero bien podría decirse que el desuso forma parte del menú del día. Sin gaseosa ni pan ni postres.

Por otro lado, veo que tengo en mis manos una bolsa que bien podría ser alpiste pero haciendo un zoom mental uno puede divisar claramente que no es comida para pájaros. Espera, deja que enfoque mejor, es algo redondo y brilla. El zoom no da más de sí, pero juraría que son monedas. Y las voy tirando alegremente al lago. Un lago que, ahora que caigo en la cuenta, no tiene agua, es de color marrón eléctrico y su aspecto es gaseoso. Esa textura y color me son familiares. El olor, también. Huele a madera. Tardo unos segundos pero enseguida comprendo que es un inmenso lago de whisky con coca-cola.

Las cosas se suceden sin parar pienso. En ese instante, un mono subido en un triciclo y cantando una canción de Julio Iglesias pasa por detrás de mí. Noto que me mojo y, al mirar al cielo, el sol sigue siendo la tónica dominante. No lo entiendo. Miro mis pies y hay un charco. Me habré meado, pienso. Miro mi zona noble y me inquieto. No hay nada de nada.
Esto me pasa por,… y justo en ese momento suena el despertador.

Sin más. Otro día.

viernes, 25 de abril de 2014

El hombre que dejó de tener prisa

Siempre mirando el reloj ya fuera el de su muñeca o el del móvil. A menudo nervioso cuando la gente se demoraba más allá de los escasos minutos que nos brinda la cortesía. Impaciente y a menudo malhumorado como si buscara algo que nunca encontraba. Y por supuesto, nunca supo lo que buscaba.

Era un vacío interior, él sabía que estaba ahí, fogoso a rachas y adormilado en sus largas jornadas de latente ser humano. Intuía que algo no “pitaba”, o más bien lo sabía con una certeza furibunda de esas que cuando te atrapa ya no te deja. Se convierte en tu sombra de día y en tu sudor frío por la noche.
Se consolaba como a los tontos pensando que el año que viene todo iría mejor o que en verano todo sería más fácil por el menor estrés y por el mágico influjo del barniz solar y el salitre del mar. Ingenuo. Algo en su vida o más bien su vida no funcionaba.

Dicen que todos nos conectamos en un momento de nuestra vida, que todos disfrutamos ni que sea de un momento de lucidez vital como si del trazo de un mapa se tratara. Un mapa que marcará tu ruta no la ruta. Para él, fue esa camilla del Clínico. Y decidió aferrarse a ella. No dejó escapar el que supo que era su último tren.

Al contrario de lo que uno esperaría, rememora con inusitada melancolía esa camilla. Casi tanto que a punto estuvo de pedir la camilla número 320 al hospital como recuerdo de su enchufe vital. Recuerda una punzada aguda en sus entrañas al comprender el diagnóstico del médico y como un reloj interno se ponía en marcha pero también notó una sensación de ligereza. Su mochila había desparecido, podía y debía pensar únicamente en él y, en cómo afrontar la que, por otra parte, sería su última batalla. Y él lo sabía, no era estúpido. Se habían acabado “los que dirán” o “pensar en el mañana”. Para él y los suyos, sólo existía el ahora. Sólo cabía la opción de vivir, vivir y por si las moscas, volver a vivir.

martes, 15 de abril de 2014

Traumas familiares

Comía una pera. Era una de esas peras extremadamente acuosas con más pasado que presente. Lo recuerdo porque tenía la mano empapada y corrí en busca de papel de cocina. Ahí, mientras libraba una lucha con el puto rollo de papel, lo vi claro o más bien la vi y pagaría por no haberlo visto. Yo se suponía que estaba estudiando en la biblioteca pero dado que estaban reformando parte de la fachada habían decidido cerrarla para evitar ruidos molestos.

Vi a mi madre. A la que hasta ese momento era la gran Wilma Wilkins o a WW como le gustaba que la llamasen. Era fan de las revistas cotillas y de esos personajillos del submundo. Solo leía ese tipo de cosas y decir leer sería mucho ya que apenas sabía leer una frase seguida. Me hacía ir a las reuniones de vecinos para que le leyera el orden del día y esas memeces que se discuten entre vecinos. Nada de eso impedía que me sintiera muy orgulloso de mi madre, trabajaba de sol a sol para sacar a mi hermana y a mi adelante dado que el Capitán Haddock (como ella llamaba a papá) se había bebido todo el ron del Caribe hasta morir ahogado. Era inculta y qué. Era ignorante y qué. Era la gran WW. La que curraba más que nadie con el peor curro del mundo, limpiar la mierda de los otros. Me había jurado a mí mismo que estudiaría como un cabrón para darle a WW el descanso que se merecía. Si hasta tenía las rodillas peladas de tanto fregar el suelo.

Y ahí la vi, de rodillas. Sacando brillo, mucho brillo, demasiado brillo coño!

Lo entendí todo, la llamada de un tío a casa una noche preguntando por una gatita sedienta, los fajos de billetes en la caja del lavabo y joder las rodillas! Cómo podía haber estado tan ciego. Y como no, la voz del gilipollas de Robert Terrence diciéndome, tú lo que eres es un Hijo de Puta con todas las letras. En su momento me pareció un insulto de lo más común pero ahora entendía por qué se reían los cabrones.

Recuerdo que lancé lo que quedaba de la pera a mi madre y al puto tío asqueroso ese. Cogí mis cosas de casa y me fui sin más. Nunca la volví a ver pese a que ella lo intentó varias veces. Estás muerta para mí, le dije una vez por teléfono. Al cabo de varios años, me enteré de que había muerto.

Y ahora, estoy yo aquí con los pantalones bajados y con una WW cualquiera arrodillada delante de mí.

No tengo vergüenza, mi psicólogo dice que es mi manera de intentar resarcirme con mi madre. Chorradas de loquero, soy simplemente un puto degenerado y un hijo de puta, sin más.