miércoles, 18 de septiembre de 2013

Polar

El día que conocí a Ricardo Cazador fue un día más, sin nada especial. Él estaba sentado en la mesa más cercana a la ventana cuando yo entré en el comedor y me puse a la cola bandeja en mano esperando a que me sirvieran el menú.

Recuerdo que el menú del día eran lentejas estofadas o sopa de fideos de primero, y pollo a la jardinera o merluza plancha de segundo. Lo recuerdo porque pensé que ese era un menú típico de colegio. Y es que en el fondo, ahí donde estábamos era algo parecido a un colegio.

Barracones aclimatados y adaptados pero que no dejaban de ser barracones. Gente de todas partes del mundo, eso era genial. Los rusos con su gueto, los americanos y su fast food, los europeos que difícilmente hacían piña y los asiáticos que sin duda eran las máquinas de trabajar.

R. Cazador era hombre de pocas palabras, pero era lo más cercano a un amigo que yo tenía ahí, en pleno círculo polar ártico dónde los inviernos eran francamente calamitosos. Compartíamos habitación y lavabo y poco más.

Fue una época muy dura ya que literalmente sentía que estaba en el último confín del mundo y era consciente que si una enorme tormenta de nieve nos sepultaba, pasarían días y muchos antes que nadie de la civilización se diera cuenta de nuestra ausencia.

Hoy R.Cazador ha recibido el premio Nobel de Física. Me he sentido orgulloso ya que sé que yo contribuí aunque sea de manera pequeña a ese magnífico triunfo.

lunes, 16 de septiembre de 2013

A buen recaudo

Emociones encontradas diría yo. Ha sido raro, creo que no hay mejores palabras para describirlo. Creo que abrir ese cajón ha sido como destapar la caja de Pandora o la de los truenos.

Mi abuela Reme falleció hará cosa de un mes. Pero eso ahora, para vosotros, carece de todo interés. No digo que no me sintiera apenado pero ahora eso ha pasado a un segundo plano. Además murió “de vieja” como se suele decir y a la hora de la siesta, después de su copazo de cognac. La muerte del justo creo que la llaman. De todas formas, insisto eso no tiene importancia ahora.
Ella fue siempre el puntal de la familia, la que de alguna manera (dejémoslo así) nos mantenía unidos. Hasta ahora, la recordaba como una abuela de las de manual, cocinera excelente y de raciones astronómicas, paciencia infinita y la que ofrecía algo de cobijo cuando en casa nos caía una buena bronca.

Accedí a ayudar a mi madre a vaciar el piso ya que de un tiempo a esta parte el curro flojea. Ella se encargaba de vaciar su habitación- ya que presumiblemente es donde estarían sus cosas más confidenciales si es que la hubiera- y yo del salón.
Hacía un buen rato que había vaciado las estanterías y puesto los libros para la parroquia- siguiendo las consignas de la Reme cuando me dispuse a vaciar los cajones. Mi atención era nula ya que no esperaba encontrar nada. Los vacié todos y tan sólo me quedaban los pequeños. Se abrían con llave.

Y no tenía la llave. Busqué pero nada. Entonces, recordé que un día la Reme me dijo que buscara lo que buscara siempre estaría en el horno. Al principio, ignoré esa premisa por absurda pero al cabo de varios minutos pensé que no perdía nada por buscar ahí.

Bingo. La llave estaba ahí. La metí en la cerradura, giré y se oyó “un clic”. Abrí el cajón y lo vacié, nada serio, facturas viejas y algún que otro rosario. Cuando lo cerré, noté algo raro. El cajón no cerraba del todo y eso me intrigó ya que todos los cajones estaban vacíos y no tenía sentido.

Saqué el cajón completamente. Había una especie de trampilla, apreté y del lateral salió una especie de escondite para papeles. A todo eso, mi madre seguía enfrascada, a lo suyo, ajena al descubrimiento que yo iba a hacer.
Cogí los papeles y me dispuse a leerlos. Necesitaba las gafas de leer pero mientras las buscaba me asaltó la duda.

¿Debía rebuscar y hurgar en los papeles secretos de mi abuela?

viernes, 13 de septiembre de 2013

domingueros

Sacó la leche de la nevera. Le gustaba beberla fría, muy fría incluso en pleno invierno cuando el mercurio apenas asoma la cabeza por los números positivos. Se sirvió un generoso vaso y dejó el cartón en la encimera. Como era habitual en él, se fue a por la caja de las galletas y las mojó (“sucar” como decimos en catalán) y se dispuso a leer la prensa.

Era el placer de la semana, el de los domingos. Levantarse sin nada más que hacer, desayunar, desperezarse, ducharse mientras escuchaba música clásica, afeitarse con la pachorra del que sabe que tiene todo el tiempo del mundo. La mesa de madera, el parquet, la fina lluvia cayendo y lamiendo las ventanas,…todo era perfecto.

Bajó la vista al periódico ya que se disponía a dar rienda suelta a eso que tanto le gustaba, leer con calma. Desenfocó la vista ya que lo que vio le desconcertó. Se atusó el flequillo, ladeó la cabeza de lado a lado como el que calienta antes de entrar al campo de fútbol o algo parecido. Volvió a bajar la mirada y se le heló la sangre.

No entendía lo que leía pese a ser el periódico de toda la vida. Era ininteligible no era capaz de discernir el mensaje ni los titulares. Se levantó como un resorte, tanto que derramó el vaso de leche pero ni tan siquiera se inmutó.

“Mierda, mierda, mierda”- decía a regañadientes. Empezó a caminar en círculos de forma acelerada.

Su mujer estaba escondida detrás de la pared contigua, intentando contener la risa y con los brazos abrazando su bajo vientre para conseguir controlar los espasmos provocados por la broma. Su broma.

Hoy era el día de los inocentes y había encargado a un amigo el diseño de una portada en un lenguaje extraño para festejar este día y devolver alguna de las numerosas bromas que él le solía gastar a ella.

El esfuerzo que estaba haciendo ella era titánico ya que sabía que si él oía su risa, el plan estaría tocado de muerte. De golpe paró su actividad estomacal y acercó su oreja más cerca, si cabe, ya que él estaba hablando.

“Joder, no puede ser el médico me dijo que la evolución sería más lenta, que tendría tiempo de explicárselo a mi mujer y amigos. Pero el avance ha sido terrorífico, devastador soy incapaz de leer el periódico, no entiendo ni una de las palabras que leo. El médico me dijo que esto pasaría pero dentro de un tiempo. Puta enfermedad degenerativa”

De golpe se oyó un ruido hueco al otro lado de la pared, alguien se había desmayado del susto.

lunes, 9 de septiembre de 2013

juegos de manos

Se trataba de un juego de confianza. Uno de esos, que cuando te los proponen piensas que son una estupidez de dimensiones galácticas. Yo, a mi edad (sea la que sea), tengo qué hacer esto?- suele ser el pensamiento instantáneo y recurrente. Suele ser una actividad típica de cursos impartidos a empleados de grandes empresas.

Se buscaba crear y reforzar los vínculos con tu compañero, concretamente con el que se encontrara delante de ti. Se miraron a los ojos, ni una sonrisa aparente que relajara el tenso ambiente. Se vendaron los ojos, juntaron las puntas de sus zapatos, se dieron las manos y dejaron caer el peso de sus cuerpos hacia atrás.

En ese frágil equilibrio tenían que decirse la primera cosa que les viniera a la cabeza sobre el otro.

“Tienes las manos menos suaves que he tocado en mi vida. Son grandes, gordas y poco cuidadas. Tu piel está seca y tus dedos parecen morcillas. El hecho que no lleves anillo no me sorprende ya que o bien no tienes mujer, lo cual no es muy posible o si la tienes, es imposible que te quepa en esos dedos regordetes”- soltó ella de forma rápida, clara y contundente.

Su equilibrio se vio levemente afectado por que sin duda esa afirmación le había molestado.

“Gracias por tu sinceridad. Puestos a ser sinceros, de tus manos suaves, pequeñas, finas y muy cuidadas, deduzco que eres una persona de posibles. Una de esas niñas de papá que se aburren y dedican gran parte del tiempo a la manicura. Qué manos tan finas tienes niñita”- cargó él con ironía, mezquindad y con todo lo que pilló a su alcance.

El equilibrio se vio está vez más afectado.

“A ver paleto, soy pianista. Una gran pianista, he tocado en los mejores escenarios del mundo y ganado multitud de premios. De ahí que tenga que cuidar mis manos, mi herramienta de trabajo. Y mi padre murió cuando yo tenía apenas 12 años”- contestó ella en un claro tono desafiante.

“Disculpe “lady” pero un servidor es agricultor y poseo varios miles de hectáreas y soy el terrateniente más grande de este país. Mis manos son el reflejo de mi vida, trabajo duro, constancia y también son mi herramienta de trabajo”- dijo él no con poca irritación.

“Lo que yo decía, un paleto”- ella.

“Lo que yo decía, una gilipollas”- él.

Se soltaron de las manos y ambos cayeron al suelo. Una metáfora clara de lo bajo que habían caído en sus vidas ya que ambos, pese a ser diferentes, compartían algo: su afición a la botella y a empinar el codo.

viernes, 6 de septiembre de 2013

Animador y crucerista

Me cuenta un buen amigo que ha decidido cambiar de estilo de vida, que se ha cansado de recibir palos y ser un personaje previsible con una vida programada. Esta mañana ha entrado en el despacho de su jefe y le ha dejado la carta de renuncia encima de la mesa, se ha dado la vuelta y se ha ido por dónde había venido.
Me cuenta mi buen amigo que no han intercambiado ni una sola palabra, lo cual le ha hecho inmensamente feliz y ha recogido los cuatro enseres personales del cajón de su mesa. Ha saludado a Reme y a Juan y ha salido del edificio gris, de la calle triste y del barrio muermo para siempre, según él.

Le pregunto a mi buen amigo a qué va a dedicar su tiempo con sumo tacto e intentando no parecer condescendiente con él. Creo que lo consigo cuando me dice, crucerista, de profesión crucerista. Frunzo el ceño y pregunto, ¿existe eso? Sí, voy a ser animador en cruceros por el Mediterráneo en los meses de verano y por el Caribe en invierno.

Suena bien.

No puedo evitar sentir algo de envidia.

martes, 3 de septiembre de 2013

Tonos de grises

Hoy es un día gris. Afuera luce el sol y no creo haber visto ninguna nube amenazando el cielo azul. Ni tan solo he percibido un rastro de una de esos algodones despistados que, sin quererlo ni beberlo, en un momento dado descargan no poca cantidad de agua. Lo justo para dejarle a uno empapado.

Hoy es un día gris. He encendido la cadena y he puesto el CD de Van Morrison, lo sé, estoy algo retrasado en temas de tecnología y en últimas tendencias del mercado musical. Ni tan siquiera Van ha conseguido levantarme el ánimo hoy y eso sí es una novedad ya que hace tiempo que me permití el lujo de llamarle por su nombre de pila cuando empezamos a charlar. Obviamente yo no conozco al sr. Morrison pero un día me senté en el sofá y mientras sonaba su música me lancé y le conté todo aquello que pasaba por mi cabeza. Así de simple. De eso debe hacer unos cuatro años.

Hoy es un día gris. Y tú no lo vas a poder cambiar. Pero, ¿cuán gris es hoy?- es posible que te preguntes. Nunca he dominado el tema de los matices de los colores ni la escala del Pantone ni esa clase de cosas pero diría que hoy es un día gris, gris. Gris tirando a negro, marengo quizás?

Quizás pero no me interesa saber si llega a la categoría de marengo. El marengo me suena a traje de la realeza, no más bien a traje de capitán de barco en una recepción importante. Apostaría que el aperitivo incluiría jamón de bellota, salmón ahumado y canapés de colores varios. Salpicón de marisco de primero, apuesto a que más de un invitado tiene alergia y le tocará comer pan con mantequilla para apaciguar su hambre ante tamaño error logístico. De segundo, carne posiblemente de caza y de nuevo vislumbro a algún invitado (posiblemente algunas mujeres), dejando a un lado el plato por dos motivos: porque no pueden dejar de pensar en las calorías ingeridas hasta el momento o porque son vegetarianas o una combinación de ambas. Me da pereza, pensar en el postre, así que les dejo comiendo hasta reventar.

Hoy es un día gris. Uno de tantos, hermano de muchos y primo de algunos menos.
Pese a ser un día gris, estoy preparado, llevo chubasquero y botas de agua y dudo que salga de la cueva. Por si las moscas.

P.D.- Anticipo que el post es ficción, y que un servidor se encuentra bien, quizás añore la playa pero nada grave.