martes, 6 de mayo de 2014

Ring

La imagen es clara y diáfana. Estoy en la orilla de un lago. Ni grande ni pequeño. El día está despejado pero llevo gabardina y un paraguas grande (de esos de lord inglés). Hay un banco cerca de mí de color verde y de madera desgastada. Se podría decir que tuvo un pasado glorioso pero de un tiempo a esta parte no es que haya caído en el olvido pero bien podría decirse que el desuso forma parte del menú del día. Sin gaseosa ni pan ni postres.

Por otro lado, veo que tengo en mis manos una bolsa que bien podría ser alpiste pero haciendo un zoom mental uno puede divisar claramente que no es comida para pájaros. Espera, deja que enfoque mejor, es algo redondo y brilla. El zoom no da más de sí, pero juraría que son monedas. Y las voy tirando alegremente al lago. Un lago que, ahora que caigo en la cuenta, no tiene agua, es de color marrón eléctrico y su aspecto es gaseoso. Esa textura y color me son familiares. El olor, también. Huele a madera. Tardo unos segundos pero enseguida comprendo que es un inmenso lago de whisky con coca-cola.

Las cosas se suceden sin parar pienso. En ese instante, un mono subido en un triciclo y cantando una canción de Julio Iglesias pasa por detrás de mí. Noto que me mojo y, al mirar al cielo, el sol sigue siendo la tónica dominante. No lo entiendo. Miro mis pies y hay un charco. Me habré meado, pienso. Miro mi zona noble y me inquieto. No hay nada de nada.
Esto me pasa por,… y justo en ese momento suena el despertador.

Sin más. Otro día.