lunes, 30 de abril de 2012

Ed

Ed es un hombre con poco pelo. Atractivo pero con una especie de cartel que pone “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Suele llevar camisas de cuadros grandes tipo leñador. En la ciudad su look resultaría raro o, porque no decirlo, hortera. Pero él vive en Wisconsin y ahí sólo hay vacas y tíos que cuidan de ellas. También hay mujeres pero juegan un papel menor por lo que se puede intuir cuando uno transita por ahí.

Ed es un tipo raro. Vive sólo. Su mujer murió en extrañas circunstancias pero de acuerdo a una ley estatal, las cosas que pasan en casa no se investigan, tan sólo se asumen. Ed tiene tics nerviosos y destellos de manía persecutoria. Conduce de noche, cuando el tráfico es ínfimo ya que si un coche se pone detrás del suyo, cree que le persiguen y se aparta bruscamente. Otra de sus manías es cortar el césped cada día. Esta manía empezó a ser costumbre con la muerte de su esposa. Se pone el traje negro, la corbata negra y sus zapatos de cordones bien lustrados. Enfoca su cadena de alta fidelidad a la zona verde como él le llama. Suena la marcha fúnebre todo el rato, sin parar. El proceso suele durar unos 45 minutos.

Una vez ha acabado de segar el terraplén, se pone de rodillas y usa el cortacésped a modo de confesionario. Sus rezos duran cerca de diez minutos. Se levanta con todo el traje hecho polvo y con manchas verdes de césped. No lo sacude, tan sólo coge la máquina y la guarda en el garaje. Se dirige al porche, saca la botella de Bourbon de la cocina y se pone a beber. Sin hielo, sin agua y sin vaso.

Como él dice, no soy un buen cristiano pero rezo cada día, me pongo mis mejores galas, purgo mis pecados con trabajo duro, bebo y pago mis impuestos.

jueves, 26 de abril de 2012

Vuelo retrasado

Marta y Ken se conocieron en el aeropuerto de Frankfurt. Él perdió una conexión y el vuelo de ella se demoró debido a problemas técnicos. Los dos coincidieron en el único bar que ofrecia un café decente. Todas las mesas estaban ocupadas, así que Marta ni corta ni perezosa le preguntó a ese guapo chico joven trajado y con cara distraída si podía sentarse. Él, lento de reflejos para muchas cosas, balbuceó algo ininteligible que ella interpretó como un si.
Ella suspiró y él seguía inmerso en la lectura del libro. Ella estaba aburrida y decidio que él sería su pasatiempo. Emepzó a mostrar sus armas de seducción, se dejó caer el flequillo, se mojó los labios y desabrochó un botón de la blusa. Decidió que era hora de que él estableciera contacto visual con ella. Le preguntó acerca del libro. Él, lento de reflejos para muchas cosas, pero no para otras captó rápido de qué iba el tema. Él sacó su mejor arsenal y ella parecía caer rendida a sus pies. La química surgió. El lavabo de la terminal hizo el resto. Se dieron los mails. Se dieron un beso canalla antes de que él reprendiera el vuelo de vuelta de casa.
Al cabo de una semana, empezaron una relación epistolar en forma de mails. Nada serio pero sí divertido. Él estaba casado, ella era madre de familia. Al cabo de unas semanas, Ken recibió un mail bomba de ella. Le exigía que la llamara a un teléfono. Extrañado cogió el teléfono y llamó.
"Ken, tenemos un problema"- dijo ella.
"Cuál?"- él
"Estoy embarazada"- ella
"Felicidades"- dijo él en tono alegre.
"Es tuyo"- dijo ella
"Lo dudo cariño"- dijo él.
"Cómo puedes estar tan seguro?"- dijo ella.
"Cuando meto goles, me aseguro de tener la defensa bien armada"- dijo él usando su habitual jerga futbolística.
"Es tuyo, lo sé porque mi marido lleva fuera varios meses embarcado en un barco atunero"- dijo ella.
"Imposible"- dijo él.
"He pensado en abortar. Necesito 5.000 euros para ello y no tengo dinero"- dijo ella.
"Marta, soy estéril. Tengo certificados médicos que lo demuestran"- dijo él.
"Mierda"- dijo ella.

Al cabo del tiempo, Ken empezó a descojonarse sólo en el sofá de casa.
"Qué pasa?"- preguntó Laura, su mujer.
"Nada que han pillado a una banda que chantajeaba a tíos que habían metido los cuernos a su mujer en aeropuertos de Europa"- dijo él.
"Dónde iremos a parar"- dijo ella.

martes, 24 de abril de 2012

Las tardes del Rimini

Recuerdo que se te iluminaba la cara cuando oías el ruido de mis llaves. Habitualmente me quedaba agazapado en el marco de la puerta esperando escuchar el ruido saltarín de tus pasos corriendo hacia mí. Ya podía haber tenido el peor día del mundo que eso me salvaba. Cuando llegabas y me abrazabas era como si yo fuera un coche eléctrico y me conectaran a la red. Era pura energía en movimiento.


Los dos adorábamos ese día. Esa tarde del último jueves de mes. Esa tarde que compartíamos afición y devoción. Era parecido a lo que muchos padres sienten cuando llevan a sus hijos al campo de fútbol. Dos generaciones, incluso tres si se apunta el abuelo, unidos por una misma afición.

Siempre el mismo ritual. Vaso de leche. Galletas. Y la bolsa. Salíamos a la calle y enfilábamos la empinada calle en la que vivíamos. Otros días se nos hacía interminable pero el último jueves de mes era pan comido.

Llegábamos al teatro. Saludábamos al resto. Nos contábamos la vida y milagros mientras nos cambiábamos de ropas. Últimos discursos en alto intentando recordar el guión y a escena.

Público entregado dependiendo del día. Pero siempre ese sabor de boca dulce que deja saber que has hecho las cosas bien, que te has esforzado y que lo has logrado.

Por eso, cada vez que voy al teatro de espectador, no puedo evitar emocionarme. Es como volver a estar conectados. Orgulloso de saber que has hecho de tu pasión tu profesión. Ansioso por volverte a ver en escena.



miércoles, 18 de abril de 2012

un tango

Son cosas que pasan le dijo su madre sin levantar la cabeza y siguiendo con la concienzuda limpieza de la lechuga. Ella era una defensora a ultranza de los productos naturales y los vegetales conformaban una de sus mayores pasiones. Tenía un modesto huerto urbano que no alcanzaba para abastecer a toda la familia pero ayudaba. Era más un tema de convicción que una solución práctica.


Sin duda, ella era de esas personas que tiraba de pasión y tenacidad a la hora de afrontar los retos de la vida.

Él, su hijo, en cambio era una persona eminentemente práctica. Nunca le daba más de dos vueltas a las cosas. Tenía la enorme virtud de decidir rápido y acarrear con las consecuencias. A menudo había errado pero esa celeridad en la toma de decisiones le solía dar ventaja.

Eran madre e hijo. Estaban unidos. Eran antagónicos. Complementarios a la vez.

Hoy las tornas se habían cambiado, los papeles se habían intercambiado.

Él rezumaba nerviosismo y excitación sin contener. Ella, paz y sosiego.

“No son cosas que pasan. Es una cosa que me pasa a mí. Y no me digas que es normal”- suelta él arrodillado en el suelo buscando algo.

“Prefieres que tire de tópicos?”- suelta ella con cierto tono irónico.

“No hay tópicos que puedan explicar estas confabulaciones geoestratégicas”- suelta él con medio cuerpo de bajo de la mesa.

“Aha,…”- ella.

“No es normal que nos hayan desconectado, que nos hayan cortado la emisión de esta forma precisamente hoy que hay fútbol. Es un expolio encubierto”- suelta él.

“Y ahora me dirás que la culpa es también de los argentinos?”- ríe ella.

lunes, 16 de abril de 2012

Macrochiringuitos, Pesetas y Elefantes

Hoy tengo el gesto torcido. Es inevitable pensó Antonio. Es lunes, amenaza lluvia y no sólo en lo que al tiempo se refiere y para colmo sus previsiones de mal agüero se están cumpliendo. A otros, eso les pone argumenta mentalmente pero a él eso le cabrea.


Le cabrea porque hasta ahora ha intuido correctamente lo que iba a pasar y ese cosquilleo en su sien izquierda le avisa de que probablemente va a volver a acertar.

Sabe que el enfoque no es el adecuado, el diagnóstico es a todas luces erróneo. El problema no es el déficit se repite eso no es más que la consecuencia de la causa real.

¿Y cuál es? Le preguntan a menudo.

Él lo tiene claro.

El motor, o una gran parte como el 35%-40%, se ha parado. En septiembre hará unos cuatro años que el motor se empezó a gripar. En este lapso de tiempo quedan atrás numerosos espectáculos lamentables como planes de inversión absurdos con el nombre de la quinta letra del abecedario en busca de una acción de cara a la galería. Imposible olvidar unos interesantes brotes verdes que ni tan siquiera llegaron al status de brotes de soja. Subidas de impuestos que llenan el buche de hoy pero que de nada sirven para paliar el hambre de mañana. Y uno piensa, y no es mejor invertir en cañas de pescar que en el pescado del día?

Señores con apellidos imposibles con pinta de listos, nos dictan los deberes. Deberes teóricos nunca prácticos y de una dureza extrema. Es como esa mochila llena de libros que, en teoría, llenarán de sabiduría al niño pero éste no puede cargar debido a su enorme peso. El otro problema es que ese supuesto niño no es tal, sino un socio de pleno derecho al igual que el supuesto profesor del macrochiringuito con el logo azul con estrellitas.

Y en el fondo, el problema es doble. El macrochiringuito que te ha restado totalmente flexibilidad y que tu motor se te ha parado. En los libros de teoría a esto se le llamaba “recesión”. Lo habitual era devaluar tu moneda (ah la extinta y admirada peseta) y solucionabas parte del desaguisado. A ojos del mundo te convertías es un sitio barato, ergo la gente venía a comprar a tu mercado. Eso sí, tú no podías salir fuera del país porque eras pobre ya que tu moneda valía menos que antes pero al menos la gente tenía trabajo, sanidad, educación y podía viajar por España. Con lo bien que se come en España. Y sus islas? Y sus montañas?

Sin embargo, lo peor piensa Antonio es la sensación que tiene de que nos están regañando por gastones. Qué ha habido despilfarro? Si, pero no ha sido eso lo que nos ha llevado hasta aquí. El gasto enorme vino cuando bajaron los ingresos por la falta de actividad y el incremento del gasto (de una cosa llamada paro) por ese mismo motivo. Probablemente, usted señor de nombre ininteligible del norte, es ese doctor que en pleno desangre que me ha administrado un anticoagulante cuando lo necesario era lo contrario. Y usted, señor elegido por mis paisanos de barba boba, no es más que un médico residente malo incapaz de defender a su paciente. Lo que sobran son políticos.

Pues a lo mejor lo que hay que intentar es diversificar nuestra economía, pongamos que nada genere más del 30% del total y, por supuesto, ir pensando en buscar esas pesetas que andan escondidas en los cajones de nuestras casas. Pinta que las vamos a necesitar.

Eso o si seguimos en el macrochiringuito, reducir a la mínima expresión a la clase política. ¿Qué sentido tiene que, estando en un macrochiringuito, las finanzas las mire el Comisario en Bruselas y su equipo, el Ministro en Madrid y su equipo, el Conseller y su equipo, el Alcalde y su equipo? Aquí hay alguien que se está tocando los huevos o cazando en Botswana (o ambas).

Basta Ya.

viernes, 13 de abril de 2012

Cariño, no es lo que parece,...

Martin era un tipo corriente, con una vida corriente que estaba casado con una tipa corriente que a su vez vivía de forma corriente. Todo era corriente o al menos eso era lo que parecía a ojos del resto.


Él tenía el típico trabajo que nadie entendía. Al principio, Martin se esforzaba en intentar explicar en qué consistía su día a día. Con el tiempo, la desgana se apoderó de su discurso y tan sólo decía que se dedicaba a los números cuando le preguntaban. La mayoría se daba por satisfecha con esa respuesta. Su mujer, Mary era publicista. Vestía de forma moderna y se consideraba a sí misma como alguien “cool” y guay. Martin era todo lo que no encontraba en su mundo laboral. Era aplicado, serio, formal y sobre todo fiel. Ella era desordenada, creativa, con ganas de comerse el mundo y muy flexible.

Eran como el día y la noche pero la unión funcionaba. Ella solía llamarle a él cariñosamente “Ying” y él le correspondía con un “Yang”. La pareja funcionaba bajo unos parámetros muy claros. Estaba prohibido hablar de trabajo durante la cena, todo el mundo tiene problemas así que mejor no agobiar al otro con tus cosas. Los domingos comerían siempre en un sitio distinto, así evitarían caer en las tediosas tradiciones de comer en casa de los padres. La infidelidad no estaba permitida de forma oficial aunque llegaron a un acuerdo privado dónde la única condición que se ponía es que el otro no se enterase. No valían confesiones sinceras y desgarradas de sofá un domingo lluvioso por la tarde. Respecto a esto habían hecho una leve excepción, los dos habían elaborado una lista de cinco personas del sexo contrario famosas con las que se podían llegar a acostar llegado el improbable momento y dónde estaba permitido contárselo al otro. Los dos coincidían en que sería muy triste ligarse Monica Belucci o a George Clooney y no poder contarlo.

La última y quizás más estrambótica norma era que tan sólo podían beber Coca-Cola nunca Pepsi o cualquier otro refresco de cola. Esta cuestión la impuso Mary ya que su agencia llevaba la cuenta de Coca-Cola y ella había firmado un contrato de fidelidad que se extendía a los familiares directos. Él no tuvo más remedio que aceptar.

Era domingo al mediodía. Mary llegaba de pasar el fin de semana con sus padres. Martin se había quedado porque el día anterior tenía una despedida de soltero de James. Mary abrió la basura para vaciar el cenicero.

El gesto de su cara se torció, fue al salón y le dijo a Martin: “Quiero el divorcio. Has infringido una de nuestras reglas sagradas”.

Martin, cariacontecido, se levantó y preguntó: Porqué?

Ella, desconsolada: “Mira en tu basura”.

Él abrió el cubo y dijo: “Noooo. Cariño no es lo que parece”.

Ella: “No te creo”.

Él: “Stuart fue al paqui y compró Whisky y Pepsi. Yo no lo sabía. Se sirvió él mismo. Yo estaba aquí en el sofá con James y Mark”.

Ella: “Has sembrado la duda y puede que hayas arruinado mi carrera, imbécil”.

Él: “Cariño, de verdad, no es lo que parece”.

martes, 10 de abril de 2012

El museo

Habíamos quedado para ir al museo. Nunca fui un entendido en temas de arte, sin embargo me gustaba visitar museos. Tenía esa inocente impresión que entraba al museo sabiendo poco y salía sabiendo aún menos, pero eso en el fondo era cultura o eso quería pensar yo. El ritual sería el de siempre. Un café mañanero para quitarme las legañas mentales de la cabeza en la cocina mientras escuchaba las noticias en la radio. Nunca tenía tiempo suficiente para saber qué pasaba en el mundo y los sábados era mi reconciliación con el mundo.


Ducha de monje, jabón, agua y para de contar. Nada de interminables bañeras con sales reconstituyentes. Nada de nada. Bajaría por las escaleras, eso me daría aún más sensación de libertad. Consultaría el reloj y si mis cálculos no habían fallado dispondría de tiempo suficiente para bajar al museo caminando. Ipod en mano, sensación de libertad máxima.

La mañana idealmente sería de primavera, suave brisa fría que invitaba a ponerse un jersey fino. Sol de rigor que demandaba unas gafas de sol y el look estaría completo. Pararía a comprar unos croissants en Limo’s y unos zumos en el colmado de la esquina.

Todo sería perfecto.

Un olor fétido me despierta. La estancia está en penumbra y durante un microsegundo dónde convive el “yo del sueño” y el “yo real”, la confusión es máxima. ¿Qué hago en un sitio lúgubre si debería estar caminando por Central Park con unos croissants en la mano? Lo malo o lo bueno de los microsegundos es que son eso, micros. Antes de que acabara de formular mentalmente la pregunta ya sabía la respuesta.

Aún así, soy de naturaleza desconfiada y necesitaba una prueba. Palpé mis ropas. Mmm…rugosas, y miré en el bolsillo de la izquierda. Había algo bordado:

5570.

Y sonó la sirena de las seis de la mañana.

Otro largo día a la sombra sin nada que hacer.

martes, 3 de abril de 2012

Wodka con leche

Ellen estaba reponiendo el carrito de las bebidas, el cual había sido saqueado por el grupo de chicas histéricas con cara de Paris Hilton pero con una cuenta corriente bastante más modesta. Eran horteras porque llevaban los típicos gorros fálicos en la cabeza y miraban de forma adolescente al resto del pasaje.


Era su último vuelo de la semana antes de tomarse unas vacaciones en el Algarve. Este año no quería un destino exótico como Seúl, Sydney o Cuba. Tan sólo quería un buen hotel, con buenas instalaciones, un bonito albornoz y zambullirse en la piscina privada de la habitación con vistas al mar. Por la noche, saldría a tomar algo, se ligaría algún camarero o soltero despistado y tendría sus necesidades básicas más que cubiertas.

Ellen estaba harta de su trabajo. Harta de las quejas de los pasajeros, harta de que los pilotos le tocaran el culo cuando embarcaban al avión. Harta de la imbecilidad de la supervisora de azafatas. Y harta del traje ridículo que llevaba.

Dicho esto, Ellen era consciente de su pasado. Sabía que el hecho que hubiera tenido que cambiar de identidad no le dejaba muchas opciones. Sus flirteos con la droga y la mafia la habían puesto en un serio aprieto años atrás. La policía le ofreció un buen trato, libertad, una nueva vida, una nueva identidad, dinero y un trabajo estable para rehacer su vida. A cambio, tenía que escribir tres nombres y tres direcciones.

Dimitri, Giuseppe y Sonya. Ella les dijo que los encontraría en un bar y que tenían que arrestar a los tres que pidieran un vodka con leche.

Ellen respiró tranquila el día que el inspector Wilkins le confirmó su detención. Ella precavida como siempre exigió las fichas policiales. Wilkins vaciló primero pero luego acabó accediendo. El partido se había acabado y Ellen había salido ilesa.

No obstante, durante ese vuelo tuvo una sensación extraña. Cómo cuando sabes que algo va mal sin saber qué es lo que va mal. Timothy, su compañero se acercó y le pidió que le pasara el vodka. Ellen lo hizo.

“Ah, y pásame la leche también. En el 24C hay un sonado que me ha pedido un vodka con leche”