martes, 26 de abril de 2011

Cuando fuimos los mejores

Envejecer nunca fue, es o será fácil. Partiendo de esta premisa, la nostalgia suele ser el bálsamo que masajea nuestra atormentada memoria. Memoria que, sin duda, actúa de forma selectiva con nocturnidad y alevosía. Pocas cosas causan tanto placer como el revivir una historia, un momento, una canción o un guiso. Es lo más parecido a adentrarse en la cuarta dimensión o en su defecto en el túnel del tiempo.

Sin tener ni idea de biología, imagino que el cerebro segrega algunas sustancias (serotonina?) que magnifican ese recuerdo y lo convierten en historia viva. En ese presente breve e impostor que se va a acabar esfumando como la inocencia a edad adolescente.

Sentarse junto a la ventana un día calamitoso de otoño con la lluvia impregnando las ventanas que te traslada a ese partido en tu juventud con la gente del barrio. Barro, sudor, cansancio y al final un buen vaso de vino en la tasca.

Taza, lápiz, reloj. Taza, lápiz, reloj. Taza, lápiz, reloj. Intente recordar estas palabras.

Mente en blanco. ¿De qué hablaba? ¿En qué estaba pensando?

Sensación abrumadora. ¿Quién eres? Y lo peor, ¿quién soy yo?

En un papel leo “Alzheimer”.

3 comentarios:

  1. Olvidar tus propios recuerdos es lo peor que te puede pasar en la vida... que triste =(

    ResponderEliminar
  2. Estoy de acuerdo con Lunática, aunque engañosos, los recuerdos son lo único que tenemos para intentar saber quiénes somos... y debe ser muy triste perderlos.

    ResponderEliminar