jueves, 14 de junio de 2012

áspero

Juan come una pera apoyado en la encimera de la cocina. Se supone que está mirando por la gran ventana que hay detrás de la pica. Mira sin mirar ya que no es capaz de fijar la vista en nada concreto. No puede ni quiere hacerlo. Parece estar absorto en sus cavilaciones más profundas aunque bien podría decirse que su mente está casi en blanco.

De pronto, consigue bajar la mirada y fijarse en la pera que se está comiendo. Su piel es especialmente rugosa, áspera incluso. Gira sobre sus talones y escribe la palabra “áspera” en la pizarra contigua a la nevera. Deja la pera a medio comer en un plato y se lo lleva.

Camina al piso de arriba hasta hallar su mesa de trabajo. De nuevo, la mesa se encuentra frente a un gran ventanal. Enciende su ordenador, abre un documento de Word en blanco y empieza a escribir sin pausas. La inspiración le llega desde lo más hondo. El texto es directo, duro y, como no podía ser de otra forma, áspero.

Juan ha sabido hoy que una compañera de trabajo, joven como él, está cruzando esa ralla entre dos barrios. Sabía que estaba enferma pero albergaba esperanzas de que ella saliera victoriosa. Pese a que no eran amigos íntimos, habían compartido momentos distendidos en la cocina a la hora de comer o chismorreos a primera hora del día. Hoy siente una intensa sensación de aspereza ya que sabe que debería ir a verla al hospital. Ella agradece las visitas ya que lleva tres meses sin salir del hospital pero él teme que le flaqueen las piernas. Teme no reconocerla tras el nido de cables y su galopante alopecia. Sabe que está siendo egoísta pero percibe perfectamente la lucha que se está librando en su cabeza entre su “yo miedica” y su “yo valiente”. Entre su “yo- ocupado por mil historias absurdas” y su “yo-comprometido”.

Recuerda sin estupor las palabras de su padre un día cualquiera “hijo, en la vida habrá momentos que tendrás que librar una batalla interior contigo mismo. Será duro porque no hay oponente más férreo que uno mismo pero sé que sabrás actuar correctamente”. Esas palabras caían como una losa sobre su maltrecha conciencia.

En un acto de valentía, le da a imprimir. Coge su chaqueta y la hoja de la impresora. La dobla, la guarda en el bolsillo y se va.

Está dispuesto a entregarle la carta de despedida en mano. Y así lo hará.

Librará con éxito su batalla interior pese a que sabe que salir victorioso de esa guerra le provocará una inmensa tristeza al cabo de pocos días.

12 comentarios:

  1. Valiente decisión. Mas vale pasar unos días mal que arrepentirse siempre de no haber ido.

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  2. Vaya... he tenido que venir aquí para saber que es aspereza lo que siento...

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  3. Uf, posición dificil la de Juan.
    Me ha gustado lo de la pera y la aspereza. Es verdad que a veces la inspiración sale en las situaciones más inesperadas (valga la palabra) ;)

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    1. Tarambana; bueno verte por aquí. Me alegro que te haya gustado lo de la pera,...fue un recurso inesperado (jajaja).

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  4. Ostras, Sandler, aspereza es poco. Que mal rollo..., aunque a la compañera igual la carta de despedida (que he entendido que es de despido) le dará igual y fijo que agradece la visita.
    Claro que igual la carta de despedida es de despedida, de te echaré de menos y eso... Entonces mejor dejarse de carta y decírselo de palabra.
    Un beso :-)))))
    Y feliz fin de semana.
    PD.- Ha vuelto la inspiración, bien!!!! Estaba francamente preocupada :P

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    1. Lili; la inspiración vuelve y se va. En verano cuesta más escribir,...bueno al menos a mi me pasa.

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  5. Buf! como me gustas!perdón! cómo me gusta como escribes!
    Muy sabio el padre de Juan. Qué suerte que Juan tan sólo se haya visto en esa situación una vez, no?

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    1. Pilis; aclarado queda tu piropo. El padre de Juan era un tío sabio.

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  6. Creo que lo hizo muy bien. seguro que se quedó tranquilo, después un poco jodido pero ya se sabía. Y efectivamente nuestro peor enemigo somos nosotros mismos.

    Salud al por mayor.

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