lunes, 27 de julio de 2015

Los rostros del pasado

Todo tiene su momento, y el momento tiende a ser frágil e intenso, como una danza imaginaria elegante y pausada pero algo desdibujada, que anticipa el fin del mismo.

Esta frase me la dijo alguien hace tiempo, no recuerdo ni quien, ni cuando, lo que sí recuerdo es que no entendí nada. Tampoco le di importancia, pero se quedó incrustada en alguna parte de mi cerebro y, últimamente, ha salido a escena buscando su gloria o su momento.

Es domingo por la tarde, de esos que me gustan. Llueve y los calores han cesado su actividad de forma definitiva. Tengo resaca, lo cual invita a vegetar en el sofá en un estado deplorable y semi comatoso. Mi cuerpo descansa pero mi mente, pese a estar inmersa en el sopor de la siesta, no deja de darle vueltas a la frase de que todo tiene su momento.

Ayer fue un día duro, uno de esos que deja muesca en el revólver y mancha en el zapato. Fue un día diferente, los día habituales no cambian nada en la vida tan sólo son el nexo entre los diversos días diferentes que vamos viviendo. Dos sucesos, totalmente inconexos en forma, fondo y lugar me dieron una tremenda bofetada, de esas que dejan marca roja en algún lado de tu conciencia.

Dos sucesos que pusieron de manifiesto, que todo tiene su momento y que éste pasa. Nos guste o no. Me guste o no. Ahora tan sólo queda tirar de bibliografía personal, recuerdos y toda esa milonga que conforma lo que llaman memoria. Aunque para ser sinceros, ahora me apetece más bien poco entrar en ese jardín.

Ahora sólo puedo estar estirado, sin moverme en mi oasis cerebral particular. Estoy lidiando con ellos, son pocos pero valientes y se mueven rápido. Se autodenominan, los rostros del pasado.

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